Tonalidades del fantasma
Sobre "La caricia del fantasma"
(Editorial Cuadernos del Laberinto)
Del poeta Oriol Alonso Cano
Del poeta Oriol Alonso Cano
Por Magne Fdez-Marban
Hermosa y sugerente, luminosa con su ausencia de
colorido, es la informal obra de Frederic Amat que Cuadernos del Laberinto ha
escogido como portada de La caricia del
fantasma, primer libro de poemas de Oriol Alonso Cano. Un pórtico
inquietante, armonioso y fluido como los poemas que le siguen.
Oriol Alonso Cano, treinta y pocos años, doctor en filosofía
y licenciado en psicología, profesor universitario y con varios ensayos
publicados, el último Archipiélago. Retrato polifónico de Rafael Argullol,
según explica la solapa, lo que que
parecería más una promesa de tedio que de lectura solaz.
Afortunadamente la dedicatoria, insólita y precisa, tienta desde el primer instante a la lectura: “A mi Fantasma Fundamental” con esas mayúsculas que marcan el nombre propio, habitual en este tipo de encabezamientos.
Afortunadamente la dedicatoria, insólita y precisa, tienta desde el primer instante a la lectura: “A mi Fantasma Fundamental” con esas mayúsculas que marcan el nombre propio, habitual en este tipo de encabezamientos.
Descartado algún lector a la búsqueda de canciones
góticas, “A mi Fantasma Fundamental” convoca, inexorablemente, un tipo de
público muy concreto: el mundo psicoanalítico. “Fantasma” es un término usado
por Jacques Lacan, a partir del freudiano fantasía, que viene a designar lo más
íntimo y desconocido para el sujeto, una suerte de frase simple que el
analizante construye en el devenir de su análisis con paciencia, rayones,
tachaduras, rectificaciones y no necesariamente buena letra. Para Freud, siguiendo en esta lógica, el
rasgo de la obra de arte consistía en ilustrar y explicar lo más recóndito del
funcionamiento psíquico. Y es cierto que en La
caricia del fantasma los psicoanalistas encontrarán excelentes
ilustraciones de algunos conceptos clave en su teoría: la angustia, la melancolía,
el deseo, el vacío, la cosa, el fantasma, el goce, el cuerpo. Porque los poemas
de Alonso Cano exponen una percepción de la tragicomedia humana.
Ahora bien, el lector de poesía quiere disfrutar con
el lenguaje, encontrar belleza, no le basta la exposición de conceptos mejor o
peor resuelta. Estamos ante un poemario, no en el género del ensayo.
Tres o cuatro estrofas a lo sumo, a veces solo una.
La precisión de los verbos dirige el ritmo de los versos que, ante la parquedad
buscada de los adjetivos, modulan una frase desguarnecida y acerada, seca y
lacerante, pero de una musicalidad sorprendente. Una sólida combinación del
percutir de Art Tatum con la melodía de Bill Evans. Las variaciones rítmicas conseguidas,
mediante discretas y delicadas aliteraciones, sirven para desarrollar momentos
en donde la elipsis de los interlocutores crea un efecto inquietantemente
enigmático pero susceptible de desciframiento.
Son versos que, al menos en un primer momento,
parecen intraducibles a otras lenguas romances aunque no contengan ninguna
complicación sintáctica, tampoco cultismos y mucho menos los trucos retóricos
habituales en el género. Y, curiosamente, detentan un no siempre soterrado
sentido del humor, a veces lindante con el sarcasmo, poco habitual en la poesía
española contemporánea.
Oriol Alonso Cano pertenece a una generación,
numéricamente muy minoritaria en estos lares, de persones que han accedido al psicoanálisis,
sea por experiencia propia del diván, sea por impregnación teórica. Combinémoslo
con una capacidad poética de primer orden. Resultado: unos versos que, con
excepción de un par de poemas que son necesarios intentos primerizos,
proporcionan alborozo por la lectura y placer para el intelecto y que, probablemente,
dentro de unos años acompañarán los nuevos libros de este joven poeta. En
definitiva, una delicia para el lector.
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